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Carta de Mari Luz, publicada en La Nueva España

No sé cómo empezar esta carta, ¡quiero contar tantas cosas, que se me agolpan en la cabeza!, y quisiera ser breve, enviar un mensaje en pocas palabras que llegara al corazón de todos, regalando una esperanza a todas las personas con algún tipo de minusvalía y concienciando a quienes no sufren ninguna.

Me llamo Mari Luz y ésta es mi historia: nací hace treinta años, más muerta que viva por las horas que tardé en salir del vientre de mi madre, y hubiera muerto de no ser por un médico en prácticas, pues la comadrona quería "tirar esa cosa a la basura".

Era muy chiquitina, era un bebé, ¿no?, pero no era sólo eso, era una "enana", como le dijo bruscamente un médico a mi madre. Fui cumpliendo años, una niña no se da cuenta de las cosas, se hace preguntas, pero no encuentra respuestas, ¿por qué cuando llego a mi clase de parvulitos los niños dicen "ya viene la pequeñaja", cantando con burla?, ¿por qué cuando la gente se da la vuelta para mirarme?, ¿por qué tu hermana que tiene dos años menos puede encender la luz de su habitación y yo no? Sabes que eres más baja pero no una "enana".

Pasaron mil cosas en mi vida, estudié, tuve mi época rebelde en el colegio, me enamoré, me desenamoré porque no queda otro remedio. Más alta o más baja, viví cada etapa de mi vida como cualquier otra chica que no hubiera tenido mi problema. Estuve a punto de operarme para crecer, pero todo salió mal. Esta sería otra historia larga de contar, pero ni yo quiero recordarlo ni yo quiero robaros más tiempo. Fue por eso por lo que tuve una depresión muy fuerte, no tenía ganas de vivir, pero el miedo a la muerte y la imagen de mis padres y mi hermana me salvó de quitarme la vida; cuando lo pensaba, me decía: ¿cómo voy a hacerles esto? Un día alguien fue cruel conmigo y me abrió los ojos, entonces decidí que todo aquello se había terminado. Había que salir adelante, tendría que vivir con mi problema, y quien no me quisiera así no merecería la pena. Empecé otra vez a estudiar, preparar oposiciones, buscar trabajo...

Llamaba para solicitar una entrevista, me hacían varias preguntas y cumplía los requisitos, pero, cuando me veían en persona, ¡zas!, ya no los reunía, me faltaba buena presencia; no, no iba sucia ni mal vestida, iba como tenía que ir, pues a pesar de todo reconozco que soy algo presumidilla. Entonces, ¿qué era buena presencia? Como le dije en una ocasión a un señor, estando en una de esas situaciones, ¿por qué no ponen en el anuncio que como requisito se necesita 1,80 de altura y medidas 90-60-90? No pude evitarlo y me enfadé mucho. Pero, a pesar de todas las decepciones, seguí preparándome y buscando trabajo.

En julio de 1999 acababa de terminar un curso de nueve meses de informática y estaba en las clases prácticas para sacar el carnet de conducir cuando, por medio de una asociación de minusválidos -Faedis-, me avisaron para hacer un curso de arte floral. La verdad, a mí no me apetecía, quería relajarme un poco en el verano y, además, tenía un montón de entrevistas preparadas para ese mes. Me dijeron que lo hiciese, pues luego iban a contratar gente para trabajar en la tienda que iban a abrir; mi respuesta fue:¡total, a mí no me van a coger! Pero empecé el cursillo y, de las chicas que íbamos, a la única que se le notaba la minusvalía era a mí. Las demás tenían problemas internos, como yo los llamo (huesos, espalda, transplantes...)

Una vez, mirando el índice de un libro que trataba de diferentes minusvalías, leí: "La única minusvalía que da risa", y me llamó la atención y pensé que sería algo que apenas tenía importancia; cuál fue mi sorpresa cuando vi que era la mía (acondroplasia). Hablaba de bufones y payasos, del papel de los enanos a lo largo de la historia.

Es cierto, mi minusvalía provoca risa. Cuando hablo con otras personas minusválidas, me dicen que yo puedo caminar, o que yo no tengo dolores en mi cuerpo, y sí es cierto y doy gracias por ello, pero yo también les puedo decir que a ellos no les señalan con el dedo por la calle y que ellos no oyen frases como:¿pero todavía existen los enanos? Es increíble la mentalidad de algunas personas aún hoy en día.

Bueno, volviendo al cursillo de arte floral, nos dijeron que luego iban a contratar a tres personas para una tienda de flores, plantas, regalos..., cuyo nombre sería La Flor de la Vida. Un trabajo de cara al público, y a la única que se le veía la minusvalía era a mí. ¡Me puesto la cabeza que a mí no me cogen! Menos mal que son frases hechas, porque, si no, la hubiera perdido. Me seleccionaron.

Llevo cinco meses trabajando en La Flor de la Vida y aún no me lo creo. La empresa ha sido calificada como "centro especial de empleo" y está luchando por un montón de proyectos para llevar a cabo por todo el territorio nacional y dará trabajo a muchísimas personas minusválidas. El camino es largo y muy duro, pero yo estoy segura de que al final todo saldrá bien. ¿Cómo no va a conseguirse algo como esto? Al final de las películas siempre ganan los buenos; pienso que en la vida también ganan los buenos. Como decía al principio, quiero con esta carta enviar una esperanza a todas las personas que, al igual que yo un día, empiezan a perder la esperanza y la ilusión; no os rindáis, si yo lo conseguí, seguro que vosotros también, todos podemos conseguirlo.

Y mi mensaje de conciencia quiero enviárselo a todos los empresarios, dueños de negocios, jefes o personas que hacen entrevistas de trabajo. Decirles que todos los minusválidos somos personas como las demás y que, incluso cuando nos están rechazando por nuestro problema, podemos estar mejor preparados que ellos para el puesto. ¡Por favor, señores, estamos en el siglo XXI, no en la Edad Media!

Ahora me siento feliz, siento que valgo, tengo ganas de vivir, puedo estar triste a veces, pero, claro, como todo el mundo, y reconozco que algún complejo me ataca de vez en cuando, pero salgo adelante.

Doy gracias a aquel médico con prácticas que me salvó la vida. A mi madre, a mi padre y a mi hermana, por ver su imagen cuando me hundía, por estar siempre ahí, por no dejarme nunca. Gracias a mi familia y amigos. A mis compañeros de trabajo, gracias por ser compañeros y amigos.

Y, desde el fondo de mi corazón, GRACIAS con mayúsculas, a Eva Canga, mi jefa, la persona que creó La Flor de la Vida. Gracias porque no me miraste como los demás. Gracias porque viste a una persona, y eso fue suficiente, porque para ti no fui una enana: fui Mari Luz.

Gracias también a Pedro Kimber, mi profesor en el cursillo, el asesor técnico de La Flor de la Vida, gracias también a ti por aceptarme tal como soy.

Ya veréis como todo sale adelante, pues os lo merecéis, y ojalá hubiera más gente como vosotros dos.

Ya, por último, gracias a todos ustedes por publicar mi carta y gracias a quienes la han leído.

Un beso de esperanza para todos.

Mari Luz Triguero Cuervo