Fundación ALPE Acondroplasia

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Desde la Serenidad

Señores Fundación ALPE:

Me llamo Miguel Morán González, tengo 57 años, nací en España, hace 54 años que estoy radicado en la Argentina y tengo una de las tantas formas de acondroplasia (mido 1.12 metros). Soy egresado de la Universidad de Buenos Aires con el título de Actuario y estoy casado.

Hace un tiempo empecé a pensar que bueno sería hacer una fundación para que difundiera que significa la acondroplasia y que tratamientos, cuidados y que tipo de cosas hacer para convivir con ella lo más armónicamente posible. Es por eso que entre en Internet (pese a que no soy muy afecto a ello) para ver si había algo. Con gran sorpresa y alegría me encontré con ustedes y una cantidad de mensajes, comentarios y vivencias que eran muy similares a las mías. Esto nunca me había sucedido porque nunca tuve ocasión de tratar con personas con esta discapacidad. Solamente veía algunas personas por la calle.

Cuando hablo de vivencias similares es porque, por ejemplo, recuerdo cuando era niño y no entendía porque siempre me miraban y se burlaban de mí, salvo en el barrio donde vivía (en la ciudad de Rosario) que salía a jugar a la calle como los demás chicos como si nada, era uno más. Inclusive jugaba mucho a la pelota, que era mi juego favorito. Pero en cuanto salía de ese entorno sentí, como dije antes, las miradas de asombro, las risas y las burlas.

No sé por qué, pero mientras viví en Rosario (hasta los 9 años) mis padres no me enviaron a la escuela que quedaba como a unas 8 cuadras de mi casa. Me decían que estaba muy lejos y que no podía caminar tanto (cosa que era cierta) porque me cansaba. Igualmente mis padres y mis hermanas (todas mayores que yo) me enseñaron a leer, escribir, las cuatro operaciones fundamentales de matemática (las tablas de multiplicar las sabía al dedillo), hasta había aprendido regla de tres simple.

Cuando nos mudamos a la ciudad de Buenos Aires empecé a ir a la escuela que quedaba enfrete de mi casa. El miedo era mayúsculo, pero no miedo a la gente sino a que me fuera mal y pensaran que no podía estudiar por mi discapacidad. Yo no tenía muy en claro todavía como era las cosas, sabía que era mucho más bajo que los niños de mi edad pero pensaba que a lo mejor algún día crecía o aparecía alguna medicina que me hiciera crecer. Lo que si tenía claro que mi inteligencia era como la de los demás y que si me dedicaba tenía que andar bien. Así fue y resulte ser uno de los mejores alumnos. Esta bien que mis compañeros eran como tres años menores que yo. La relación con los maestros y los compañeros fue absolutamente normal. El problema seguía y sige siendo andar por la calle.

El otro tema fue cuando tuve que ir al secundario. Mi madre quería que fuera al Colegio Don Bosco, de la Congregación Salesiana. A mí mucha gracia no me hacía, tenía que caminar seis cuadras todos los días y pensaba que si me quedaba en casa y no hacía nada podía estar mejor. Mi madre (mi padre había fallecido), mis hermanas, mis cuñados y los pocos amigos que tenía, me animaban para que estudiara. Sobre todo mi mamá, que se desvivía por mí, y me decía que estudiara así podía conseguir un buen trabajo el día de mañana y no depender de nadie. En realidad después supe que el gran temor de mi mamá era morirse y que yo quedara desamparado. Gracias a Dios esto no sucedió.

Volviendo al tema del colegio secundario terminé por ir al Colegio Don Bosco. Era un nuevo desafío.¿Cómo sería mi relación con los compañeros, los profesores y los sacerdotes? ¿Cómo me iría con los estudios, rendiría lo necesario o tendría dificultades? Nuevamente gracias a Dios, me fue mejor que en la primaria. Buena relación con los compañeros, los profesores y los sacerdotes y uno de los dos mejores promedios de la promoción al cabo de los cinco años de estudio.

Pero lo más importante del Colegio Don Bosco es que en ese lugar conocí a Dios. Y entonces mi vida, sin yo darme cuenta cambió. En primer lugar por que empecé a querer a mi cuerpo (hasta ese momento quería mirarme en los espejos de cuerpo entero). Pero aprendí que por la Gracia del Bautismo mi cuerpo era "templo del Espíritu Santo". ¡Que osa más maravillosa! ¡Mi pequeño cuerpo era un templo! ¡Dios vivía en mi interior! Igual que la demás gente. Para Dios era igual a los demás y entonces no me interesaba tanto que se rieran o se burlaran. Un sacerdote me dijo una vez "también de Jesucristo se burlaron" Salvando las distancias, claro está.

Hice el secundario con alegría y sin tantos complejos (algunos todavía tengo) que hasta representé al colegio en competiciones intercolegiales de ajedrez y de Religión. Toda la comunidad del colegio me trató siempre como a uno más. Sin prerrogativas pero también sin desprecios. Me sentía confiado y seguro de lo que podía hacer. Cada vez que se presentaba una situación nueva yo repetía con San Pablo "todo lo puedo en Aquel que me conforta".

Pero todavía quedaba mucho camino para recorrer. La Universidad. Era otro mundo. Al igual que en las etapas anteriores ocurrió sin sobresaltos y me recibí en cinco años como estaba previsto en los planes de estudio. Solamente un profesor me dejó un muy mal sabor de boca cuando le pedí adelantar un examen para recibirme un cuatrimestre antes. Me dijo "¿ usted que apuro tiene? ¿ usted para que quiere el título?" Las respuestas a estas preguntas las encontré cuando empecé a buscar trabajo. Todos me cerraban las puertas. Algunos con respuestas estereotipadas y triviales, "ya lo vamos a llamar" "no se haga problema a nosotros nos importa el contenido y no el continente". Finalmente y ante las súplicas de mi mamá, el padre de un amigo mío me dio trabajo en su empresa (año 1971) no como Actuario pero sí para trabajar en la parte contable. Por distintas circunstancias llegué a manejar toda la parte administración. Poco después por diferencias personales (creo que no tuvo nada que ver mi discapacidad) me retiré de esa empresa. A partir de entonces me dedico a asesorar pequeñas empresas, haciendo las contabilidades, liquidando impuestos, sueldos, etc. He tenido momentos en que me fue bien económicamente hablando pero desde hace unos años con la terrible crisis económica que sufre el país apenas alcanzo a sobrevivir decorosamente.

Les cuento además que en el año 1973 me compré un automóvil que manejo yo y desde entonces manejo mi propio vehículo. En el año 1979 falleció mi mamá y yo creí que se terminaba el mundo para mí, que ya nada tenía sentido. Pero la Divina Providencia hizo que conociera a una mujer excepcional (de talla normal) con la cual hace 18 años que estoy casado.

Lamentablemente para la gente que no me trata habitualmente sigo siendo objeto de curiosidad, de burla y hasta de susto. Por ejemplo, hace dos años que esto que voy tres veces por semana a una oficina y siempre que bajo o subo al coche la gente de los negocios me mira comosi fuera la primera vez que me ven.

Bueno, esto es un pequeño resumen de mi vida. He tratado de hacer hincapié en todo aquello que es positivo, para que el que lo lea sepa que si bien la vida es difícil a veces se puede luchar. No es imposible si uno tiene amor de familia, decisión, una pizca de audacia y sobre todo fé en Dios, que es quien nunca nos abandona.

Por otro lado, la vida no es sencilla para nadie y yo conozco mucha gente, que sin ser discapacitada pasa las de Caín. Creo que lo que sí tenemos que esforzarnos al máximo es para que seamos tratados siempre como lo que somos: seres humanos y que todos entienda que también ellos están expuestos (o sus familias) a tener este tipo de discapacidad u otra, que nadie crea que nunca le puede pasar nada, que no se crean dioses, que no sean soberbios. Que todos tengamos siempre presentes que somos nada más (y nada menos) que seres humanos.

Yo les digo que a mis 57 años estoy conforme con mi manera de ser, de pensar, de actuar. Conforme con mi mente y con mi espíritu y esto solamente pudo desarrollarse dentro de este envase, por que como digo "soy como soy por que soy como soy". En otro cuerpo sería otra persona y yo estoy contento con esta.

Un fuerte abrazo, mucha suerte y si pueden escríbanme.
Mi correo es: gmoran@cponline.org.ar

Miguel Morán González