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Desde la Serenidad (II)

Querida Carmen:

Me has dicho que eres madre de un niño acondroplásico y que te fue placentero leer lo que escribí. Permíteme distraer un poco tu tiempo, pero quisiera hacer algunas reflexiones para compartirlas, si no te molesta.

Ser madre es una de las tareas más difíciles del mundo, pero a la vez la más sagrada. Con respecto al niño hay que darle mucho amor, igual que a cualquier otro niño, y decirle que lo quieres mucho y que de él también surja decírtelo a ti. Esto le va a dar seguridad, que es lo que más necesita. Seguridad en los afectos, en uno mismo y por sobre todo en Dios. Destacarle todas las cosas buenas que tiene, que son muchísimas y enseñarle a ir corrigiendo los defectos. Que sepa que si está haciendo algo que no le da resultado, o está directamente mal, él puede ir mejorando, cambiando.

Las cosas no son todas iguales ni de una sola manera. Hay que buscar la forma de que sean para nuestro beneficio como persona. Hay que fortalecer la personalidad para poder hacer frente a realidades distintas y cambiantes. Para ello se requiere disciplina, fuerza de voluntad, realismo, sinceridad, generosidad, amplitud de espíritu para poder recibir a todo aquel que se acerca a nosotros sin prejuicios. Tratar a los demás como queremos ser tratados.

El realismo implica no sólo verse como uno es y aceptarse como tal, sino -y muy importante- ver cómo es toda la gente, cómo son todas las cosas. Ver que la perfección no existe. El único perfecto es Dios. La mayoría de la gente no vive la realidad. Creen que son invulnerables. No es que digan "yo soy invulnerable", te das cuentas por cómo actúan. Creen que a ellos nunca les va a pasar nada y cuando les pasa algo es el acabose. Pero no es así, todos estamos expuestos al sufrimiento, al dolor, es parte inseparable de la vida. Si todas las personas aceptaran esto no habría discriminación. ¿Cómo voy a discriminar a alguien por su tamaño, peso, color o lo que fuera si no sé si mañana me toca a mí o a un ser querido mío lo mismo que yo estoy discriminando en otro? Tampoco hay que encerrarse en uno mismo y crear un mundo artificial donde se supone que todo va a funcionar acorde a nuestra voluntad. Hay que participar de la vida de este mundo lo más activamente que uno pueda y siendo lo mejor posible. Nuestro paso por este mundo, aunque sea muy breve, siempre deja la marca y esa marca tiene que servir para que esta vida sea cada vez mejor. Hay que darse a los demás con generosidad. "Tu solo no puedes, pues yo te ayudo".

Claro que estas cosas son más fácil decirlas que hacerlas, pero es que hay que intentarlas, hay que tender hacia... ir hacia... Intentar, siempre intentar. No se va a lograr de una vez y para siempre pero debemos intentarlo todos los días, mejorar todos los días para que la sociedad sea mejor. Así, aunque las cosas no estén del todo bien, podemos ir a descansar con la satisfacción del deber cumplido.

Cada uno de nosotros debe tener en cuenta que es un ser único e irrepetible. Dios no ha hecho dos personas iguales. Cada uno con sus talentos por los que responderemos al final de nuestras vidas. Cada uno con su cruz que debemos llevar hasta el final, como la llevó Jesucristo. No nos fijemos en si la cruz de aquel es más liviana que la nuestra. Si parece más liviana es solamente en apariencia. Siempre a uno le parece más pesada la propia, pero es por eso, por que es uno el que tiene que cargarla.

Todo esto que expreso parecen sólo algunas normas de conducta, pero para poder lograrlo y hacerlo trascendente hay que llenarlo de fe. Fe en Dios, en Jesucristo y en la Santísima Virgen María. Él nos da la fuerza para enfrentar los sufrimientos, los dolores y, sobre todo, con su Resurrección, nos da la certeza de que nuestra alma forjada en esta fragua que llamamos "vida" vivirá eternamente en el amor de Aquel que nos amó primero y nos dio la vida. Ante los problemas recurramos siempre a Nuestra Madre del Cielo. Ella, como madre, nos entiende, nos protege, nos da fortaleza, nos ayuda, nos cuida. Tú eres madre, sabes todo lo que harías por tus hijos. Imagínate qué no hará Ella por nosotros.

Miguel Morán González